A veces hay momentos en los cuales de una manera natural, sencilla, simple, casi, casi instintiva nos adentramos en una espiral de la que bien bien no sabemos de que manera saldremos de ella.
Y es entonces cuando recordamos momentos ya pasados, y es entonces cuando recordamos momentos sobrepasados.
Porque unicamente depende de nosotros elegir a cada momento, a cada instante una nueva oportunidad o una segunda, o una tercera, o una cuarta…
Porque tenemos la “libre” elección, de decidir en cada momento, no solamente que paso dar, sino también hacia donde enfocar cada uno de nuestros nuevos pasos.
Porque el tiempo, esa sucesión de momentos y situaciones vividas (consciente o inconscientemente), pasa aprisa, tan aprisa que tan sólo el echo de tener conciencia de su paso, nos puede alejar o acercar a nuestra realidad.
Porque no es lo mismo un sueño, que una meta. Porque una meta tiene un tiempo de partida, un tiempo de desarrollo y un tiempo de llegada. Los sueños simplemente están, en un estado gaseoso, incorpóreo, y difícilmente se materializaran a no ser que tengamos y pongamos el empeño, la intención, la pasión, la responsabilidad (habilidad para responder), en convertirlos en metas.
Es cierto que la felicidad esta a lo largo del camino y no al final del mismo.
Y creo ciegamente que es mucho mejor, que así sea. Imaginaros por un momento la extraña y terrible sensación, al sentir que para ser felices necesitamos llegar al final de nuestro camino.
Y que ha sucedido con todo lo vivido hasta llegar a él?.
Acaso todos estos momentos no pueden (y deben), ser también felices?
Y si por cualquier motivo, no llegamos alcanzar el final de nuestro camino? Que ocurre entonces? Además de tener la rotunda certeza de haber sido unos completos desdichados, y no por no haber logrado ser felices, simplemente porque no llegamos al final de nuestro camino.
Pero quién define, quién marca, quién traza cual debe ser el final de nuestro camino?